lunes, 24 de enero de 2011

La jarrita


Después de aquel encuentro cada vez que coincidíamos tenía que esconder la mirada o simular que no le veía; él hacía lo propio. Me resulta difícil imaginar los pensamientos que pudieron pasar por su mente cuanto me dirigí a él. Se demoró en contestar, como si no le resultara fácil encontrar una respuesta adecuada a mi pregunta o necesitara medir bien las palabras, posiblemente porque calibrara dos posibles respuestas cuando solo una podía ser verbalizada. Él manejaba más datos que yo y contestó sabiendo que yo me estaba perdiendo algo; anticipaba mi reacción con la certeza de que, cualquier respuesta suya, tendría su impacto en mí y que, a su vez, un segundo después de emitirla, él se sentiría más turbado de lo que ya estaba.

Visto con la distancia de un hecho pasado entiendo su confusión. ¿Qué se puede responder ante tal pregunta? Ciertamente, tenía pocas opciones de respuesta, la pregunta era breve, simple y clara, no cabían ambigüedades. ¿Cómo habría reaccionado yo de haber estado en su lugar?

Con el paso de los días convertí cada encuentro, ya fuera al pasear por la playa o al cruzarnos en el hotel, en la imagen viva de aquella mañana clara de sol en que, a la hora del desayuno, entre despistada y muerta de hambre, me había acercado a aquel familiar perfil masculino y, fijándome en el objeto que llevaba en la mano, había preguntado:

-¿Y la jarrita para qué es?
-Supongo... que para la leche, me respondió, dubitatibamente, una voz que no conocía de nada.

martes, 11 de enero de 2011

Sobre páginas


¡Huy!, ¡huy! Hay que pasar página de nuevo. ¿Y? Y qué. ¿Sobre qué escribo? ¿Sobre qué escribes? Sobre escribir.

Leyendo El País Semanal del 2 de enero del recién despertado 2011 se me ocurrió recoger algunas de las razones por las que determinadas personas se dan a la escritura. No voy a enumerarlas, la fuente mencionada es suficiente, ya he dicho que se me ocurrió, aquí la cuestión es enrollarme un poco para pasar página.

Si de escribir hablamos, Santiago Roncagliolo, entre otras cosas, dice:

Debería decir que escribo porque no sé hacer nada más: no sé montar en bicicleta, llevo un año tratando de sacarme el carnet de conducir, no entiendo las declaraciones de Hacienda y cuando se estropea el ordenador, la única solución que se me ocurre es llorar hasta que se arregle solo.

Ya, ya, tampoco es que aclare mucho respecto a la escritura -para saber sobre sus motivaciones personales remito a la fuente anterior- pero mis coincidencias con él son espectaculares: tampoco sé montar bien en bici, tiendo a frenar en seco y, si la bici es grande, según freno me bajo de un saltito para no caerme de lado. Mi última experiencia fue en Cambridge. Mirando retrospectivamente aún no sé como sobreviví entre tanto coche. Me animó mi casera quien, precisamente, adolecía de una acusada cojera desde que fuera atropellada por un camión cuando regresaba de la compra en bici.

En lo de Hacienda ni me detengo, con escribirlo bien ya cumplo, y respecto a lo de llorar y esperar a que se arregle solo el ordenador no podría expresarlo mejor. Cuando conduzco me pierdo fácilmente, por eso no me gusta ir sola. También es posible que me pierda por hablar, en cualquier caso una M-30, una M-40 o incluso una M-50 andan siempre a mano para sacarme del atolladero. ¿Cuántas veces nos habremos perdido tú yo, verdad, nena? Se reía mi madre el otro día.

En mi caso añadiría algo más: la dificultad de entender algunos porcentajes que, para mí, se vuelven misteriosos cuando se obtienen a partir de otros. Yo me siento tranquila - me siento de sentarme- y escucho con atención. Él se pone de pie y me lo explica, despacio, alto y claro. Vocaliza bien y me mira, a mí y al suelo, utilizando baldosas como ejemplo, porque así lo voy a entender mejor. Eso cree. Supongo que piensa que si vamos por partes igual llegamos al todo. Yo continúo sentada y le miro, a él y al suelo, alternativamente, siguiéndole atenta, sin perder hebra. Él pone todo su empeño, buscando sinónimos a los términos iniciales, dando pequeños giros a la argumentación, gesticulando y depositando con sus manos cantidades imaginarias en diferentes puntos inexistentes a su derecha y a su izquierda, como si el mero hecho de hacerlo incidiera en mi comprensión. Yo me fijo en todo, también pongo empeño, mucho empeño.

- ¿Lo has entendido?
- ¿Pero cómo quieres que lo entienda si el suelo es de parquet?

Escribo - aunque poco- porque me divierto mucho, porque nunca sé dónde me va a llevar la idea inicial, porque combinar palabras es un entretenimiento mágico y saludable; porque aprendo; porque las ideas son sumamente escurridizas, caprichosas y si no las atrapas en grafías se escapan sin remedio; porque me gusta recordar cosas que tuvieron significado y lo siguen teniendo. Porque me hace sentir bien.
Alguna vez he escrito -como dice Juan José Millás- porque no me encuentro bien y coincido con él cuando dice que para saber lo que nos pasa acudimos equivocadamente al análisis de sangre cuando lo indicado sería el análisis sintáctico.

martes, 4 de enero de 2011

El reloj y la rosa


Las horas, los minutos, los segundos. El tiempo, el destiempo. La entrada anterior ya es agua pasada -water under the bridge. Porque no tiene sentido no la siento. Paso página.

Pasado y presente, día y noche, ayer y hoy. Relojes dictadores del tiempo, descontáis la vida paso a paso, palabra a palabra, uva a uva.

Relojes sin tiempo, siempre vigentes, siempre eternos, siempre pletóricos de las mismas horas inmaculadas. Adoro vuestras formas elegantes, adoro vuestra compañía imperativa, me revuelvo ante vuestra puntual tiranía.

La una, las dos -dices-, con ligeros movimientos de las agujas de tu corazón, un lazo malva, una flor. Tres, cuatro... sin prisa. Cinco, seis... sin pausa...


Es cierto que me apetecía pasar página. Buscando sin saber qué, encontré estas dos postales de la última década del siglo XVIII, a cuál más preciosa. O igual me era indiferente pasar página pero cuando las vi supe que las quería en mi blog, me apetecía tenerlas cerca para contemplarlas cuando quisiera. Son bellas en sí mismas y opuestas en cierta medida: el tiempo pone límites y las rosas los rompen para dejarse contemplar.

Heredé de mi tía el gusto por los relojes. Cuando quieres a alguien ese querer alcanza dimensiones más allá de la persona misma, como si al entender sus gustos descubrieras un poco más de ella y, como consecuencia, de ti mismo.

Hoy no tengo prisa, ni sueño, no estoy bajo la tiranía del tiempo. Hoy me quedo con la rosa.

¡¡Feliz 2011!!